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LUCHO EL PATILLO AMISTOSO


(Cuento Ecológico)
Autor: David Torres Celi

En una cálida tarde, con el cielo azulado engalanado por el correr de un fresco airecillo. Un grupo de compañeros nos sentamos a descansar en la playa. Desde Allí contemplamos la inmensidad del mar, cual espejo azulado, conformaba un maravilloso paisaje multicolor, invitándonos a darnos un refrescante chapuzón.



Numerosas aves surcaban el cielo: gaviotas, tijeretas, piqueros, alcatraces, etc. Sus acompasados vuelos, describían en el aire armonioso remolinos, que nos llamó la atención. Las avecillas asediaban a pescadores que recién llegaban al puerto, luego de fatigosa faena, rateándoles un delicioso pescado, cuando desprevenidos desenredaban las redes.



A lo lejos de la playa fornidos hombres, dirigían las chalanas, surcando las olas para llegar rápido a la playa, trayendo langostinos, calamares, cangrejos, caracoles, para el consumo del pueblo. Vivarachos mozalbetes, remaban con suma destreza, mar adentro, hacia distantes lanchas, portando provisiones, aparejos de pesca y demás material para reanudar la pesca en altamar.



Bayron y Gina, dos niños que se recreaban en la arena fina y tibia de la playa, exclaman de repente: ¡Un patillo! Todos corrimos presurosos, hincados por la curiosidad, queríamos verlo de cerca.



Al llegar quedamos embrujados, al ver la preciosa estampa viviente de espléndido plumaje, que solitario y triste tiritaba, tal vez de frio o de dolor. Al vernos empezó a parpar ruidosamente, al parecer le molestaba nuestra presencia o quizás extrañaba a sus padres.
 
 
 
Su cuerpo delgado y tierno, tenía alas marrones, y el pecho blanco. Su cabeza afelpada, sostenía un curvo cuello alargado, donde lucía ornamentales flequillos, salpicados de lentejuelas color oro y plata. A veces mostrábase fiero para, atemorizarnos, y abría su pico negro, alargado como aguja, aunque todo él, era una figura tierna y cariñosa.



Atolondrado ante tal gentío, el alicaído patillo intento volar, pero no pudo. Estaba herido. Hizo un intento y logró mantenerse en el aire por breves momentos. Al final, cayó bruscamente en la arena enterrando su pecho y su largo pico.



La más preocupada del grupo fue Julia, a la vez la más pequeña entre todos. Desesperada corrió hacia el animalito para socorrerlo, sin embargo éste, le contestó con un soberbio picotazo, a lo que siguieron fuertes risotadas del grupo.



El patillo, continuó reanimándose, y logró caminar con su propio esfuerzo, demostrándonos su valor de raza pura y silvestre, aunque sólo lo hizo por breves instantes.



A la actitud de socorro de Julia, siguió Cristhian, el más avispado y travieso, quien lo acariciaba poco a poco, y como no lo picoteó, lo seguimos y así, uno a uno le fuimos brindando afecto al animalito, que al comprender la bondad de nuestros halagos, nos aceptó; entonces empezamos a sanar sus heridas y alimentarlo.



A partir de entonces empezó una entrañable amistad con el adorable patillo, y como cada uno de nosotros tiene un nombre le pusimos uno a él, y así, le llamamos Lucho.



Ya sano y en confianza, todos jugamos por largo tiempo con él, hasta que vencidos por el cansancio, caímos rendidos en la arena. Lucho nos siguió, y doblando suavemente sus patitas poso su cuerpo junto a nosotros. Entonces, contemplativos, mirando al cielo empezamos a meditar.



“Las aves al igual que los niños, son tiernas, cariñosas, juguetonas, ingeniosas, amigables y dueñas de un alma blanca y sacrosanta”.



Frente a nosotros, había una pequeña poza dejada por el mar, cuando embravece y baña la playa.



De Pablo, salió la brillante idea de llevarlo hasta ahí, Lucho, empezó a nadar. Alegre y garboso arañaba el agua con sus palmípedas patas, levantaba su cabeza, meneaba graciosamente su colita, hacía piruetas, como para satisfacer nuestra atención. A veces se zambullía mucho rato, que nos preocupaba. También por un extremo de la poza se sumergía con deleite y al rato salía airoso por el otro lado. En fin Lucho, era una sensación nunca antes vista. ¡Cómo nos deleitaba nadando como pez!


La noche se acercaba debíamos despedirnos de nuestro amiguito. Y así, rozándole suavemente su cabecita, le dábamos la despedida final. Lucho, parecía presentir lo que estaba sucediendo. Con sus ojos que parpadeaban incansables, nos parecía decir: no se vayan.



Al final nos tuvimos que separar, y la verdad es que no nos pudimos olvidar del cariñoso patillo, por eso regresamos al día siguiente al mismo lugar. Cuán grande fue nuestra sorpresa, pues ya no lo pudimos encontrar. Dicen que sus padres se lo habían llevado.



Cabizbajos y llorosos, nos retirábamos del lugar. De pronto apareció en el horizonte una comparsa de patillos. Cuando estuvieron a nuestra altura, vimos con sorpresa como una de las aves, se desprendió fugaz, cual lucero. Era nada menos que nuestro amigo lucho. Si, nuestro gran amigo, descendía de la bandada, haciendo acrobáticos malabares, dibujando en el aire figuras caprichosas de singular belleza, floreando el firmamento de perfume, color y música. Era una fantástica fiesta de ensueño. Todos esperábamos que nuestro amigo descendiera hasta nosotros, pero no fue así. Luego de entretenernos con su fascinante espectáculo, Lucho regresó a la bandada que lo esperaba, y entonces todos juntos se fueron cogidos de sus alas, tras una estrella. Nuestro amigo se fue, para nunca más volver. Y perdiendo nuestras miradas en el infinito volvimos a meditar: “Cómo un animalito, puede causarnos tanto pesar, siempre pensábamos que sólo con las personas, podíamos sentirlo”.





Desde entonces, ha cambiado el sentido de nuestras vidas. El sol, un brasa ardiente. El color del mar es opaco, y sus olas rugen rabiosas. El viento se ha detenido, es asfixiante. La arena se ha tornado más gruesa y lastima. Asimismo, la playa está cada vez más desolada, las aves, han perdido su encanto y vuelan torpemente. La brisa marina ayer dulce y acogedora, esconde la floritura de su divino silbido. Todos nos ponemos a pensar: ¿Qué nos sucede? ¿No será que nuestro gran amigo Lucho, esa bendita y amigable ave, se llevó la alegría de nuestra existencia?



Por eso, reflexionando filosóficamente en grupo nos preguntamos: ¡Cuánta falta nos hace la práctica de la amistad con nuestros hermanos del reino animal!